Sgalla viajaba en un colectivo de la línea 500 hacia la ciudad, su intención era visitar a Natali: "Capaz Brunet y Ulloa se prenden y puede salir un Miravalles" pensó. El vehículo avanzaba dificultosamente al adentrarse en la espesa niebla rojiza que, desde hacía una semana, se extendía por toda la ciudad. Cada tanto, cuando el rojo de la neblina cedía, en los costados del camino podían observarse cadáveres empalados. Sus rostros, desfigurados por un dolor inenarrable, parecían devolver la mirada.
-Los tiempos han cambiado. ¿No?-sentenció uno de los pasajeros, levantándose de su asiento.
Sgalla contempló al individuo con cierta curiosidad; este último ostentaba una peculiar vestimenta: pantalones camuflados, borcegos militares y una remera negra plagada por cruces de malta de color blanco. La gorra de River Plate no hacía más que aportar extrañeza al singular conjunto.
-¿Cómo estás?-dijo el hombre de vestimenta extraña, ahora parado, y añadió-: Soy Luis, probablemente hallas notado mi presencia alguna que otra vez.
-Un limado-pensó Sgalla. La infructuosa conversación se vio interrumpida por el sonido de unos vidrios rompiéndose. Al instante, la espesa neblina se abrió paso hacia el interior del colectivo, envolviendo completamente a Luis, para luego disolverse de manera tal que parecía haber sido absorbida por el desdichado pasajero. El pobre infeliz cedió a los más variados espasmos, mientras profería unos terribles gritos, producto del más profundo de los dolores. Las articulaciones de las manos del sujeto se habían curvado notoriamente a causa del gran padecimiento. Las muecas de su rostro fueron pasando del horror, a una suerte de risa frenética, para finalmente dar la impresión de hallarse a las puertas del llanto.
-¡POBRE HOMBRE...CHÓFER...EL HOMBRE...PARE...!-gritó una jubilada.
-¡Es una falta de respeto esto...veinte años laburando en EDES para recibir este servicio!-Exclamó con voz muy grave un hombre de cincuenta y dos años, inclinándose sobre su asiento, mientras se acomodaba sus lentes para observar mejor la extraña escena.
-¡DENLE AGUA!-dijo una voz femenina desde el fondo.
-¡CHÓFER! ¿Está sordo?-Laura, feminista, veinte años.-¿Señor...qué le pasa? ¿Se siente bien? ¿Quiere llorar?-continuó diciendo la joven, mientras posaba su mano sobre el hombro de Luis.
-Me gustaría poder llorar en este momento-replicó Luis-Sucede que...estaría careciendo de lagrimales- Al pronunciar esa frase, podía apreciarse que algo en Luis había cambiado horrendamente. Ahora sus ojos se hallaban ubicados en lados opuestos de su cabeza, asemejándose a aquellos de una iguana. Incluso la forma y tonalidad de los mismos parecía recordar más a los de un reptil, quizá un camaleón o una lagartija, que a los de un ser humano. La joven gritó espantada y huyó hacia la parte delantera del colectivo. En ese momento, el intenso silencio fue quebrado por la aparición de un insecto, similar a una cucaracha, que trepaba por uno de los asientos. Luis sorprendió a todos abriendo la boca y extendiendo su lengua, cubierta de saliva adhesiva, para atrapar a la desprevenida criatura. -Va a ser un día bastante largo-pensó Sgalla, mientras su teléfono le indicaba que había recibido un mensaje de Ulloa: "Che Talito por dónde viene el bondi? Pasa por casa y agarramos para lo del Tutu". Sgalla sólo pudo reaccionar recordando la frase de Foucault que Lualdi había citado días atrás: "Hace falta ser un héroe para enfrentarse con la moralidad de la época". Un piropo deleuziano, escrito con liquid paper, podía leerse en la parte trasera de uno de los asientos: "Quiero ser esa máquina de guerra que te nomadice en un terreno liso y aterciopelado".